En muchos países, los días nacionales se celebran con fiestas y desfiles, pero no siempre se recuerda que, detrás de esos festejos, hubo dolor, sangre y sacrificio. En Cuba, el 26 de julio no es una fecha vacía de contenido, se conmemora una gesta que, aunque derrotada en lo militar, sembró las semillas de una revolución que cambiaría la historia del país.
La mañana del 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes, liderado por Fidel Castro, asaltó los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente; fue una acción audaz nacida de la frustración frente a una dictadura cada vez más brutal. De aquel intento resultaron unos 60 combatientes muertos o asesinados tras ser capturados, pero como dijera Fidel en su alegato de defensa: “Mis compañeros no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca”.
Lo que vino después fue aún más espantoso. El general dictador Fulgencio Batista Zaldívar, en un acto de venganza ciega, ordenó una represión salvaje: se torturó y ejecutó sin piedad, incluso a civiles ajenos a la acción, y la ciudad de Santiago de Cuba, que celebraba sus carnavales, fue sacudida por el miedo, la confusión y la violencia. El propio Fidel denunció: “Terminado el combate, se lanzaron como fieras enfurecidas sobre la ciudad (…) y contra la población indefensa saciaron las primeras iras”.
Y no fue solo en las calles; los hospitales se convirtieron en lugares de terror, los heridos fueron rematados, el Cuartel Moncada, símbolo del poder militar, se transformó en un taller de tortura. “Unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros”, enfatizó Fidel.
Sin embargo, esa masacre no logró su objetivo, no apagó la llama de la rebeldía, sino que la avivó. Aquel amanecer oscuro fue el inicio de un proceso que, cinco años, cinco meses y cinco días después, culminaría con el triunfo de la Revolución.
Recordar el 26 de julio en Cuba no es solo rendir homenaje a los que cayeron; es también reflexionar sobre los costos de la libertad y el poder de las ideas cuando se aferran a la dignidad humana, porque como lo demostró la historia, ni la tortura ni la muerte pudieron detener la fuerza de un pueblo decidido a cambiar su destino.
Aquella imagen tenebrosa, relatada por el líder de los asaltantes, refleja el clima de barbarie que se vivió en esos días, sin embargo, a pesar de la represión y el intento de apagar las ideas nacidas en la gesta, los ideales de justicia y libertad no pudieron ser sofocados. Cinco años, cinco meses y cinco días después de la alborada sangrienta, esos ideales se materializaron con el triunfo definitivo de la Revolución Cubana.