Una voz ronca, cargada del calor de los llanos venezolanos, resonó entre las calles ardientes de Santiago de Cuba.
Era julio de 2006, y Hugo Rafael Chávez Frías – el niño de Sabaneta nacido un 28 de julio como hoy, hace 71 años – pisaba la ciudad heroica no como invitado, sino como hermano que volvía a casa.
Llevaba en los ojos el mismo fuego con el que soñó la unidad de Nuestra América, y en el corazón, una lealtad a Cuba tallada a fuerza de convicción y compromiso revolucionario.

Su visita fue más que un acto político: fue una ceremonia del alma. En el Cuartel Moncada, bajo el sol que vio nacer a la Revolución, Chávez se detuvo frente al mural de los mártires. Su mano acarició la piedra como quien toca el rostro de un compañero caído.
Recorrió cada rincón, y en cada paso, Santiago le respondió con una lluvia de claveles rojos y banderas entrelazadas – la bandera cubana y la venezolana, fundidas en un solo latir.

Chávez no vino con discursos vacíos; vino con el ALBA en la mirada. Aquel proyecto de integración, su sueño bolivariano hecho realidad, cobraba sentido allí, en la tierra del Moncada. «Cuba no está sola», gritó a la multitud, y sus palabras eran un puente de acero entre Caracas y La Habana, entre el Orinoco y el Cauto.
Su solidaridad fue medicina y libros, pero sobre todo, fue gracia humana: la del llanero que no dudó en cargar tambores en un carnaval santiaguero, o cantar un son con la voz rota por la emoción.

Hoy, al cumplirse 71 años de su natalicio (1954-2013), Chávez no es un recuerdo lejano. Es el abrazo que perdura. Está en cada médico cubano que salva vidas en los barrios de Caracas.

Santiagueros, cubanos, latinoamericanos: Al recordar al Comandante Chávez, se mira no solo al líder. Si mira al hombre de pueblo que encontró en Cuba el reflejo de su propia lucha.
Al soñador que convirtió la solidaridad en un río que fluye de Venezuela a Cuba y de Cuba al mundo. Al hijo del Samán de Güere que supo que la verdadera revolución es la que se siembra con amor entre los pueblos.Su legado no descansa en un mausoleo. Vive en el mapa unido de Nuestra América que él ayudó a dibujar, y en el latido de la esperanza que, como él mismo prometió, jamás se irá. ¡Chávez vive! Y Santiago – como Cuba toda – sigue siendo testigo de ejemplo y humanismo