A 99 años de su muerte, la savia revolucionaria de Baliño sigue nutriendo la historia cubana.
Hoy se cumplen 99 años de la desaparición física de Carlos Benigno Baliño y López (1848-1926), una figura cuya talla histórica trasciende el mero recuerdo para erigirse en columna vertebral de la tradición revolucionaria y marxista cubana. Su vida fue un puente excepcional entre dos siglos y dos generaciones fundacionales: la del Apóstol y la del líder estudiantil.
Baliño no fue un teórico de salón. Fue, ante todo, un obrero tabaquero que forjó su pensamiento en la lucha cotidiana y en el destierro. Desde Cayo Hueso y Tampa, donde emigró tras su temprana actividad en la Guerra de los Diez Años, se convirtió en un pilar del movimiento obrero independentista. Fundó gremios («Caballeros del Trabajo»), logias masónicas (Unión y Fraternidad), clubes patrióticos (Francisco Vicente Aguilera) y periódicos (La Tribuna del Pueblo). Fue un organizador incansable, un hacedor de instituciones.
Su encuentro con José Martí en 1892 fue crucial. En Cayo Hueso, firmó junto al Maestro el acta fundacional del Partido Revolucionario Cubano (PRC), presidió clubes y lo acompañó en giras por Florida. Baliño aportó al proyecto martiano la conciencia obrera y una visión social profunda que ya apuntaba hacia el marxismo. Fue un martiano de primera hora con mirada socialista.
Tras la guerra, el regreso a Cuba no fue triunfal para este luchador honesto. Rechazado por las grandes fábricas de tabaco, subsistió en pequeños talleres («chinchales»), pero jamás abandonó la lucha. Su mente seguía en la organización: del Partido Obrero (1904) al Partido Obrero Socialista y finalmente, en 1906, al Partido Socialista de Cuba, del que fue alma y presidente de su Agrupación en La Habana (1910). Su pluma, afilada, denunció abusos en El Socialista, El Productor y Lucha de Clases.
Su legado culminó con un gesto fundacional: en 1925, junto al joven Julio Antonio Mella, a quien había guiado intelectualmente, creó el primer Partido Comunista de Cuba. Baliño unía así, en su persona y su acción, las dos grandes corrientes emancipadoras: la independencia nacional martiana y la revolución social marxista.
Su muerte, el 18 de junio de 1926, fue sentida como «La caída del roble», como tituló «El Boletín del Cigarrero». Un roble cuyas raíces se hundían en la manigua y el tabacal, y cuya copa abrazaba el futuro socialista.
A 99 años, recordamos a Baliño no como una reliquia, sino como el ejemplo perdurable del luchador íntegro, del obrero intelectual, del puente entre generaciones que entregó su vida, sin vacilaciones, a la libertad de Cuba y a la justicia para su clase obrera. Su coherencia, su honestidad y su entrega total al bienestar colectivo son el epitafio más elocuente para este precursor lúcido, cuya savia revolucionaria sigue fluyendo en la memoria nacional.