Cada 8 de mayo, el mundo conmemora una de las instituciones humanitarias más emblemáticas de la historia, la Cruz Roja. Más que una celebración, esta fecha es un recordatorio de que, incluso en los escenarios más oscuros, la solidaridad puede florecer.
La efeméride, establecida en 1948 y rebautizada en 1984 para incluir a la Media Luna Roja, rinde homenaje a Henry Dunant, el visionario suizo cuyo llamado a proteger a las víctimas de guerra dio origen al movimiento en 1863. Pero su historia es también un reflejo de cómo la humanidad ha intentado convertir el horror en esperanza.
Los orígenes de esta conmemoración se remontan a los escombros de la Primera Guerra Mundial. En 1922, el Partido Nacional Social Checo (una entidad ajena al posterior nazismo alemán) propuso una “Tregua de la Cruz Roja” durante la Pascua, un respiro de tres días para promover la paz a través de la salud pública. Aquella iniciativa, aunque local, sembró la semilla de una idea global, usar la diplomacia humanitaria como antídoto contra los conflictos. Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1946, la Liga de Sociedades de la Cruz Roja (hoy Federación Internacional) retomó el concepto, culminando en la instauración oficial del día en 1948.
La Cruz Roja y la Media Luna Roja conforman el movimiento humanitario más grande del mundo, presente en casi todos los países. Ambas son parte del mismo movimiento global, pero usan emblemas distintos por razones culturales e históricas: la Cruz Roja (una cruz roja sobre fondo blanco) se inspira en el símbolo cristiano invertido de la bandera suiza, en honor a Henry Dunant, su fundador suizo. La Media Luna Roja (una luna creciente roja sobre fondo blanco) surgió en el siglo XIX como alternativa en países de mayoría musulmana, donde la cruz podía generar rechazo.
En 2005, se adoptó un tercer emblema, el Cristal Rojo, para países que no se identifican con la cruz o la luna creciente (como Israel, que usa la Estrella de David Roja bajo este marco).
La Cruz Roja representa un pacto global de solidaridad. Su neutralidad les permite acceder a zonas donde otros no llegan, y su red de 14 millones de voluntarios demuestra que la ayuda humanitaria no tiene fronteras.
La elección del 8 de mayo no es casual, coincide con el natalicio de Dunant, cuyo legado trasciende la creación de la Cruz Roja. Su convicción de que “todos somos hermanos” le valió el primer Nobel de la Paz en 1901 y sigue siendo el pilar de un movimiento presente en 192 países. La inclusión de la Media Luna Roja en 1984 no solo amplió su simbolismo, sino que reforzó su universalidad, reconociendo la diversidad cultural en su lucha contra el sufrimiento.
Hoy, en un mundo sacudido por guerras, desplazamientos forzados y desastres climáticos, la Cruz Roja y la Media Luna Roja encarnan principios atemporales: neutralidad, imparcialidad y acción colectiva. Desde Ucrania hasta Sudán, sus voluntarios arriesgan sus vidas para llevar ayuda médica, alimentos y protección a quienes más lo necesitan. Pero este día también invita a reflexionar: ¿cómo sostener un espíritu humanitario en medio de la polarización? La respuesta tal vez esté en sus raíces: aquella tregua de 1922 demostró que incluso en la guerra, es posible abrir espacios para la empatía.
Al celebrar este día, no solo honramos a Dunant o a los millones de voluntarios anónimos. Reafirmamos que la paz no es solo la ausencia de conflicto, sino la construcción activa de dignidad. En palabras de la IFRC, “la humanidad nos une”. Y en tiempos de fracturas, ese lazo es más vital que nunca.