Bajo el manto de una noche tormentosa, con una luna roja desgarrando las nubes, JosĆ© MartĆ pisó tierra cubana el 11 de abril de 1895. No era un regreso cualquiera, era el inicio definitivo de una gesta que marcarĆa el destino de una nación.
AcompaƱado por el Mayor General MĆ”ximo Gómez y un puƱado de valientes (generales, coroneles y capitanes), MartĆ desembarcó en Playita de Cajobabo, un rincón agreste de la costa sur de GuantĆ”namo, para unirse a la Guerra Necesaria que Ć©l mismo habĆa concebido desde el exilio. La imagen, casi poĆ©tica en su dramatismo, resume el espĆritu de una lucha: la tormenta como metĆ”fora de la opresión colonial, la luna roja como presagio de sangre y esperanza.
MartĆ no llegaba solo. TraĆa consigo la lección aprendida del fracaso de la Guerra de los Diez AƱos: la unidad como antĆdoto contra el desastre. Tras sortear obstĆ”culos como el frustrado plan de Fernandina, logró congregar a cubanos dentro y fuera de la isla, convencidos de que la independencia no era un sueƱo, sino una urgencia. En Playita de Cajobabo, rodeado de manglares y oleaje caribeƱo, comenzaba el Ćŗltimo capĆtulo de su vida… y el primero en su paso permanente hacia la historia de Cuba.
El lugar fue testigo de un episodio casi clandestino. Salustiano Leyva, hijo del alcalde de barrio, serĆa aƱos despuĆ©s el Ćŗltimo guantanamero en recordar con nitidez aquella noche: hombres empapados, exhaustos tras la travesĆa, reorganizĆ”ndose para adentrarse en la manigua en busca de los insurgentes. MartĆ, el intelectual convertido en soldado, cargaba consigo algo mĆ”s que equipaje: la certeza de que esta vez, Cuba no fallarĆa.
La historia de Playita de Cajobabo no termina en 1895. El sitio, declarado Monumento Nacional en 2003, es un palimpsesto de piedra y simbolismo. El primer homenaje, en 1922, fueron dos bloques de cemento erigidos con la emoción del recuerdo reciente. Allà estuvo el coronel Marcos del Rosario, expedicionario sobreviviente, señalando el punto exacto del desembarco como quien traza un mapa para la posteridad.
Pero la memoria necesita raĆces mĆ”s profundas. Entre 1928 y 1929, masones locales construyeron el monumento actual: un bote de mĆ”rmol anclado a un farallón, escoltado por sables (sĆmbolo de los MAMBISES) y textos que narran la epopeya. Las sucesivas reformas (1947, 1986, 1995) no han sido simples restauraciones, sino actos de reafirmación patriótica. Incluso los sables, originalmente de acero, hoy son de bronce: el metal que resiste al tiempo, como el ideal que representan.
No es casual que Fidel Castro visitara el monumento en 1995, durante el centenario del desembarco. En ese gesto habĆa un reconocimiento tĆ”cito, la Revolución cubana se veĆa a sĆ misma como heredera de aquella travesĆa nocturna. Playita de Cajobabo no es solo un sitio arqueológico de la patria; es un espejo donde Cuba sigue reflejando sus luchas.
Hoy, 130 aƱos despuĆ©s, el lugar sigue desafiando al olvido. MartĆ, Gómez y aquellos expedicionarios quizĆ” no imaginaron este final, pero ahĆ reside su grandeza, supieron que la independencia, como los farallones de Cajobabo, se construye con sacrificios que el mar no logra borrar.