sƔbado 12 julio 2025

130 años del desembarco que encendió la llama de la independencia

Bajo el manto de una noche tormentosa, con una luna roja desgarrando las nubes, José Martí pisó tierra cubana el 11 de abril de 1895. No era un regreso cualquiera, era el inicio definitivo de una gesta que marcaría el destino de una nación.

Acompañado por el Mayor General MÔximo Gómez y un puñado de valientes (generales, coroneles y capitanes), Martí desembarcó en Playita de Cajobabo, un rincón agreste de la costa sur de GuantÔnamo, para unirse a la Guerra Necesaria que él mismo había concebido desde el exilio. La imagen, casi poética en su dramatismo, resume el espíritu de una lucha: la tormenta como metÔfora de la opresión colonial, la luna roja como presagio de sangre y esperanza.

MartĆ­ no llegaba solo. TraĆ­a consigo la lección aprendida del fracaso de la Guerra de los Diez AƱos: la unidad como antĆ­doto contra el desastre. Tras sortear obstĆ”culos como el frustrado plan de Fernandina, logró congregar a cubanos dentro y fuera de la isla, convencidos de que la independencia no era un sueƱo, sino una urgencia. En Playita de Cajobabo, rodeado de manglares y oleaje caribeƱo, comenzaba el Ćŗltimo capĆ­tulo de su vida… y el primero en su paso permanente hacia la historia de Cuba.

El lugar fue testigo de un episodio casi clandestino. Salustiano Leyva, hijo del alcalde de barrio, sería años después el último guantanamero en recordar con nitidez aquella noche: hombres empapados, exhaustos tras la travesía, reorganizÔndose para adentrarse en la manigua en busca de los insurgentes. Martí, el intelectual convertido en soldado, cargaba consigo algo mÔs que equipaje: la certeza de que esta vez, Cuba no fallaría.

La historia de Playita de Cajobabo no termina en 1895. El sitio, declarado Monumento Nacional en 2003, es un palimpsesto de piedra y simbolismo. El primer homenaje, en 1922, fueron dos bloques de cemento erigidos con la emoción del recuerdo reciente. Allí estuvo el coronel Marcos del Rosario, expedicionario sobreviviente, señalando el punto exacto del desembarco como quien traza un mapa para la posteridad.

Pero la memoria necesita raíces mÔs profundas. Entre 1928 y 1929, masones locales construyeron el monumento actual: un bote de mÔrmol anclado a un farallón, escoltado por sables (símbolo de los MAMBISES) y textos que narran la epopeya. Las sucesivas reformas (1947, 1986, 1995) no han sido simples restauraciones, sino actos de reafirmación patriótica. Incluso los sables, originalmente de acero, hoy son de bronce: el metal que resiste al tiempo, como el ideal que representan.

No es casual que Fidel Castro visitara el monumento en 1995, durante el centenario del desembarco. En ese gesto había un reconocimiento tÔcito, la Revolución cubana se veía a sí misma como heredera de aquella travesía nocturna. Playita de Cajobabo no es solo un sitio arqueológico de la patria; es un espejo donde Cuba sigue reflejando sus luchas.

Hoy, 130 años después, el lugar sigue desafiando al olvido. Martí, Gómez y aquellos expedicionarios quizÔ no imaginaron este final, pero ahí reside su grandeza, supieron que la independencia, como los farallones de Cajobabo, se construye con sacrificios que el mar no logra borrar.

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Los juristas son, en principio, servidores pĆŗblicos imprescindibles.
Saludos desde MĆ©xico. La cultura de la previsión asĆ­ como la calidad en el trabajo ayuda a los pueblos de…
Jornadas de trabajo intenso; en esta cobertura tuve la oportunidad de acercarme a personas revolucionarias y aman y honran la…
Joel @ No todo estĆ” perdido
abril 11, 2024 at 1:44 am
Son los jóvenes quienes, en mayorĆ­a, llevan el mayor peso del quehacer cotidiano del paĆ­s. AsĆ­ ha sido siempre. No…