Este 8 de marzo se cumplen 83 años de la partida final de José Raúl Capablanca y Graupera, una leyenda del ajedrez cuyo nombre sigue resonando como sinónimo de genialidad y elegancia en el tablero. El cubano, tercer campeón mundial de la historia (1921-1927) y único monarca invicto en conquistar el título, falleció en Nueva York en 1942 a los 53 años, víctima de una hemorragia cerebral. Su legado, sin embargo, trasciende décadas y fronteras, consolidándolo como uno de los más grandes ajedrecistas de todos los tiempos.
Nacido en La Habana el 19 de noviembre de 1888, Capablanca descubrió el ajedrez a los cuatro años observando a su padre. Para asombro de todos, a los cinco ya derrotaba a experimentados jugadores en el Club de Ajedrez de La Habana. Con apenas 13 años, en 1901, se coronó campeón nacional al vencer a Juan Corzo, preludio de una carrera marcada por la precisión y un estilo intuitivo que le valió el apodo de «la máquina del ajedrez».
Tras estudiar en Estados Unidos gracias al apoyo de su mecenas Ramón Pelayo de la Torriente, Capablanca dominó torneos en Europa y América. Entre 1916 y 1924 mantuvo una racha histórica de ocho años invicto, acumulando 302 victorias, 246 tablas y solo 35 derrotas en su trayectoria. Su consagración llegó en 1921, cuando destronó en La Habana al alemán Emanuel Lasker, quien había reinado 27 años. La hazaña no solo lo convirtió en el primer cubano en alcanzar la cima mundial, sino en el único campeón en lograrlo sin una sola derrota en el proceso.
Ese mismo año publicó «Fundamentos del ajedrez», obra que aún hoy es referencia para jugadores de todos los niveles. Además, combinó su pasión con labores diplomáticas en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba y la dirección de una revista especializada en ajedrez entre 1912 y 1915.
En 1927, Capablanca enfrentó su revés más amargo, perdió el título mundial en Buenos Aires ante el ruso Alexander Alekhine tras un duelo de tres meses. Alekhine, conocido por su preparación meticulosa, evitó siempre darle la revancha, un hecho que añadió dramatismo a la leyenda de Capablanca. A pesar de ello, el cubano siguió brillando en torneos como el New York International de 1927, demostrando que su talento permanecía intacto.
Capablanca falleció el 8 de marzo de 1942 en el Club de Ajedrez de Manhattan, mientras analizaba una partida. Sus restos, trasladados al Cementerio de Colón en La Habana, son hoy sitio de peregrinación para admiradores y expertos. La Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) lo incluyó en el Salón de la Fama en 2021, y Cuba lo celebra como un héroe nacional, símbolo de inteligencia y tenacidad.
A 83 años de su muerte, su influencia persiste no solo en manuales y partidas memorables, sino en la inspiración que brinda a nuevas generaciones para desafiar los límites de este juego ciencia.