Afortunadamente, la desgarradora sentencia de Romeo Montesco cuando confesó a Julieta Capuleto: «La vida es mi tortura y la muerte será mi descanso», en esta historia no se cumplió. Los protagonistas, dos personas reales de carne y hueso, no se encontraron en un baile de máscaras como en el relato clásico de Shakespeare, sino en una actividad dirigida a un grupo de jóvenes de la brigada de solidaridad con Cuba de los Países Bajos, celebrada en la ciudad de Santiago de Cuba en la década de 1980.
En ese momento, intercambiaron números de teléfono, direcciones de trabajo y miradas cargadas de insinuación. Con el paso del tiempo, los encuentros se volvieron cada vez más frecuentes: paseos, visitas a centros recreativos nocturnos, caricias, abrazos, manos entrelazadas… pero nada más. «Sabía que lo amaba, dice María, pero nunca me decidí, y él nunca me presionó para que tuviéramos una relación de pareja; ni sexual ni siquiera llegamos a ser novios».
Con el tiempo, María reflexionó y comprendió que Ezequiel, su enamorado, «era demasiado respetuoso, incluso algo tímido, y no quería hacer nada que pudiera resultarme ofensivo». Durante el romance, que «mantuvimos por muchos meses, Ezequiel estaba convencido de que, en algún momento, yo cedería; y yo también llegué a creerlo», hasta que ocurrió lo inesperado.
Un día, mientras Ezequiel estaba en casa de María, llegó un amigo suyo acompañado de un caballero que llevaba una guitarra; la atención de ella hacia el músico fue tan espontánea que olvidó todo lo demás, y entonces, «Ezequiel se sintió mal, se despidió de mi mamá y nunca más volvió a mi casa».
El amor de María por el guitarrista fue instantáneo, pronto se casaron y ella se entregó a él en cuerpo y alma; sin embargo, aunque no quería reconocerlo, en algún rincón de su corazón seguía añorando la ausencia de Ezequiel. La última vez que lo vio fue en la Avenida Victoriano Garzón, frente a los edificios de 18 plantas. «Yo estaba embarazada de mi hija y, aunque mis instintos me impulsaban a acercarme a él y abrazarlo, me contuve y no cometí esa imprudencia».
Durante algunos días, la imagen de Ezequiel la asaltaba de vez en cuando, pero pronto todo quedó atrás; «después me olvidé de él», asegura. Pasaron los años, su hija creció y se convirtió en adolescente; el guitarrista «no se portó muy bien, que digamos», y llegó la separación, y con ella, las imágenes de aquellos días en que paseaba con Ezequiel y él le decía que la quería.

Entonces lo buscó y lo encontró en las redes sociales; comenzó a coleccionar sus historias, pero no se decidía a pedirle amistad, hasta que lo hizo. Ezequiel no la aceptaba, sin embargo, cuando “por fin nos hicimos amigos en Facebook, con muchísima timidez de mi parte, le dije que deseaba verlo, que si aceptaba que nos encontráramos”, y tras haber estado separados durante cuatro décadas, se reencontraron hace tres años.
En una versión para ballet del compositor ruso Sergei Prokofiev, el trágico desenlace de la obra original de Shakespeare fue reemplazado por un final feliz: «Fray Lorenzo le revela a Romeo que la muerte de Julieta era solo una simulación, y Romeo permaneció en silencio junto a la cripta de los Capuleto hasta que su amada recuperó la vida. En la historia santiaguera los protagónicos, al reencontrarse, juraron amarse eternamente.