Por Roelkis Ramos Romero
Para contar la historia de nuestra nación es preciso mencionar los nombres de muchas mujeres. Pero, para hablar de la emancipación femenina, tanto en Cuba como en Latinoamérica toda, es necesario evocar a Ana Betancourt.
Ana MarĂa de la Soledad Betancourt naciĂł el 14 de febrero de 1832 en Puerto PrĂncipe, CamagĂĽey. Su familia pertenecĂa a una clase acaudalada criolla[1], lo cual le posibilitĂł instruirse en materias como mĂşsica, religiĂłn, bordado, costura y economĂa domĂ©stica. La dominaciĂłn de una metrĂłpoli como España, considerada entre las más severas de la Ă©poca en cuanto a la aplicaciĂłn de cĂłdigos de conducta, acentuaba la cultura patriarcal.
A mujeres como Ana se les preparaba, desde la más temprana infancia, para que fueran buenas esposas. TenĂan prohibido caminar por la calle, pues era considerado un indicador de su situaciĂłn moral y sexual, como tambiĂ©n lo eran bailar o fumar. En el imaginario normativo burguĂ©s, estas actividades se reservaban para los hombres.
Por otra parte, a la mujer afrocubana se le concedĂa mayor libertad dentro del espacio urbano debido a su rol activo en la esfera econĂłmica. Esclavas y libertas participaban en el mercado. Ellas desempeñaban varios oficios como vendedoras, artesanas y propietarias de negocios. TambiĂ©n se las podĂa encontrar sirviendo de parteras o dando clases en la educaciĂłn primaria.
A pesar de que las restricciones a las que estaban sometidas eran diferentes, lo cierto es que todas se encontraban en una posiciĂłn de inferioridad respecto a los hombres. Mientras el honor de ellos se negociaba en la esfera pĂşblica (el campo de batalla o el trabajo), el de las mujeres se depositaba, totalmente, en su cuerpo. La mujer blanca de clase media o alta debĂa llegar “virgen” al matrimonio para luego asumir su rol de esposa “decente”. En el caso de las mujeres negras, las mujeres prostituidas y las pobres, se pensaba que, dada su condiciĂłn, habĂan nacido sin honra.
Aún con las ataduras sociales —o quizás debido a la existencia de las mismas— un gran número de ellas se negó a permanecer al margen y se sumó a la lucha por la independencia, que comenzara el 10 de octubre de 1868.
En el momento en el que estalla la guerra, Ana Betancourt llevaba 14 años de casada con Ignacio Mora de la Pera. Contrario a las formalidades de su tiempo, su esposo la alentĂł a ampliar sus conocimientos y a formar parte activa de las tertulias organizadas en su vivienda. AsĂ, ella aprenderĂa de forma autodidacta los idiomas inglĂ©s y francĂ©s, además de gramática e historia. Esas mismas reuniones fueron utilizadas por quienes las integraban para dar forma a la idea de la independencia de Cuba.
Ana fallece el 7 d febrero de 1901 en Madrid, España a causa de una bronconeumonĂa y su sepelio se realizĂł en la necrĂłpolis de CristĂłbal ColĂłn en La Habana.