En un mundo donde los conflictos armados siguen siendo una realidad dolorosa y triste, es necesario reconocer que la guerra no sólo causa sufrimiento a los seres humanos, sino que también deja una huella profunda en nuestro planeta. La explotación del medio ambiente durante las guerras puede manifestarse de diversas maneras: desde la destrucción de ecosistemas hasta la contaminación de fuentes de agua y suelos.
Los recursos naturales son a menudo un objetivo estratégico en los conflictos, y su explotación puede llevar a la inestabilidad en regiones vulnerables. Esto no sólo afecta a las comunidades locales, sino que influye en problemas globales como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.
En aras de generar reflexión sobre la devastación ambiental que crean los conflictos bélicos, el 6 de noviembre se designó como Día para Prevenir la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados.
En medio de situaciones tan convulsas es necesario que la comunidad internacional tome medidas para prevenir esta explotación indiscriminada. Es vital que la protección del medio ambiente se incluya en los marcos legales y humanitarios. Algo que constituye paso fundamental de la Agenda 2030.
Los acuerdos internacionales deben abordar cómo se pueden minimizar los daños ambientales en tiempos de conflicto y establecer mecanismos para responsabilizar a aquellos que violan estas normas y poder garantizar una sostenibilidad ambiental en todos los sentidos. La educación y la concienciación sobre el impacto ambiental de las guerras a través de una cultura de paz, puede ser la herramienta que movilice a comunidades hacia un futuro