Desde hace más de 35 años, cada vez que regreso a este sagrado lugar de mi amado Segundo Frente, lo hago alejado de conmemoraciones especiales, sin formalidades y sin ningún compromiso, excepto con mi ser interior. Vengo aquí para rendir homenaje a aquellos que cayeron antes o después, pero que lo hicieron en defensa de una patria digna y verdaderamente cubana.
Así, casi en soledad, mis energías se renuevan por completo. Los veo en la dimensión de esos nichos y puedo imaginar, y afirmo, que su entrega, su vida, no se limita a ese lugar; su ejemplo se extiende por estas montañas, multiplicándose casi hasta el infinito, a pesar de indeseables circunstancias que pudieran parecer o justificarse en contra de esta gran obra que es la Revolución.
En este lugar sagrado, mi alma no se entristece, sino que se engrandece; no envejece, sino que se nutre, y desearía poder regresar una y otra vez. Si pudiera, como he reflexionado hoy aquí, haría algunas cosas de manera diferente, pero con el mismo objetivo.
El Segundo Frente es uno de mis grandes amores, no el único, pero es aquí donde he experimentado una mayor felicidad. Recuerdo mi infancia con mayor claridad ahora, a pesar de la miseria y las desigualdades que me rodearon: imaginaba juguetes con botellas atadas a una vara de madera y jaladas con un bejuco; construía pistolas y carros de madera rolliza, empinaba cometas de papel cuando el viento soplaba; montaba caballos al pelo, recolectaba café y narigoneaba los bueyes cultivando en el campo; estudiaba en una escuela que no merecía esa calificación; padecía de lombrices que alteraban mi estómago y mis entrañas, y caminaba descalzo con los pies llenos de niguas debajo de las uñas, ya que solo tenía un par de zapatos para ocasiones especiales.
De esa infancia “feliz“, no podré olvidarme, como tampoco de los «reyes magos» que tanto me prometieron y nunca me dejaron nada; no me importa que algunos quieran olvidarla, ese es su derecho, lo que soy Yo, jamás.
Los barrios de La Tablilla y Arroyo del Medio, allá arriba por aquellas lomas, son testigos de esa parte de mi infancia. Por estas razones y muchas otras, cada vez que tengo la oportunidad, vengo a este lugar, al mausoleo del Segundo Frente, alejado de conmemoraciones oficiales, a meditar, a encontrarme con la causa por la que ellos, que aún batallan aquí, entregaron sus vidas; y vengo a encontrarme con mi propia causa, vengo a agradecerles y rendirle tributo.