Soñar con la visita de los reyes magos

El abuelo Juan no fue muy dado a los regalos y mucho menos a obsequiar con juguetes a los muchachos; él prefería que “jugáramos” narigoneando las yuntas de bueyes, pastoreando las vacas allá por la orilla del río, buscándole las malojas a los caballos y cuando más y no por mucho tiempo, nos dejaba jugar un rato a las balinas. Así transcurrió parte de mi infancia sin conocer ni disfrutar del placer de poder ser dueño de un juguete de calidad.

Mi padre, que me quería infinitamente, casi que no pudo estar junto a sus primeros hijos porque los deberes revolucionarios se lo impidieron, y porque debió desandar por los centrales azucareros del Oriente Cubano buscándose “los reales” donde le dieran “un corte”, esa oportunidad de “cortar, alzar y tirar algunas carretas de caña y después seguir camino hasta otra colonia con el mismo objetivo”. De esa gestión de mi padre dependían la muda de ropa y el par de zapatos de año nuevo, “y no daba para mucho más”, aseguraba el viejo.

Por esa misma suerte de haber nacido pobre y en el campo, quizás sea por lo que no pueda yo hablar en positivo sobre esa “tradición” que se le bautizó como El Día de Reyes, cuando esperábamos la oferta de Los Reyes Magos, esos que nos hicieron soñar hasta despiertos, los mismos que cada año se me anunciaban pero que nunca llegaban, a no ser con algunos carritos de madera, o con alguna muñeca de trapos viejos para mi hermana y mis primas, o con una escopeta de palo tallada al machete, o con un papelito escrito con sus faltas de ortografía donde nos decían que …”este año no pudo ser pero si se portan bien iremos el año que viene”.

Así fueron transcurriendo los años y en algunos de ellos fue la tía Luisa la que, cargando los juguetes desechados por el niño de la casa en la cual ella se desempeñaba como niñera (criada) en Santiago de Cuba, hizo el papel de Gaspar, Melchor y Baltazar para el deleite de los inocentes sobrinos que nos creíamos que los Reyes Magos habían cumplido su promesa para con nosotros.

Esa es la “tradición” que en los últimos años algunos han pretendido revivir, incluso saliendo a las calles el 6 de enero, el Día de los Reyes Magos, a repartir juguetes para “hacer felices a los infelices hijos de muchas familias que no pueden, con su salario, comprar los juguetes a los niños en las tiendas shopping y privadas porque venden muy caro…”

Respeto el criterio de los que siguen creyendo en la celebración, derecho que tienen,  y de los que aún sin haberla vivido antes tratan de asimilarla o vendérsela a los demás para que la asimilen; asumo mi responsabilidad al decir que esa “tradición” que nos fue impuesta desde la Colonia, no es más que una forma de dominación y de asegurarse la dependencia de los que, de este lado del atlántico en el Mar Caribe, se nos hizo soñar con lo imposible y que, aun cuando nunca vimos a un rey o una reina, al menos soñáramos con la magia de tener un juguete.

Termino con esta curiosidad: mi madre, que este 6 de enero cumple 88 años, lleva como nombre Reina y fue ella la que junto a mi papá Pablo, a mi abuelo Juan y a mi abuela Nicolasa, tuvieron que convertirse en verdaderos magos para criar a la prole de hermanos y primos que nacimos por allá, por Arroyo del Medio del Segundo Frente, en Santiago de Cuba, sin recibir la visita de Gaspar, Melchor y Baltazar.

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abril 11, 2024 at 1:44 am
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