Eran apenas niños que aspiraban a crecer en un mundo libre de odios, estudiar, tener novias, hacer familia, vivir…

Sucedió un día como otro cualquiera, como todos en que la muerte era dueña de los designios de fieras acompasadas a la dictadura del sanguinario Fulgencio Batista. Ahí está la historia de la lucha clandestina en Santiago de Cuba  para testificar un hecho aterrador a 65 años.

Habían transcurrido seis días después de la huelga de abril de 1958, cuando el pueblo se abrazó en unánime protesta contra el régimen opresor y bestial. Los jóvenes habían sido protagonistas de aquella hornada de lucha. Entre ellos estaban los hermanos Sergio y Melquiades (25 y 19 años respectivamente), y su primo Marcelo (21), todos de apellido Marañón.  Otros dos hermanos de los dos primeros, Conrado y Hernán (21 y 17), también seguían sus pasos.

Fue poco después de las cinco de la mañana del 16 de abril de 1958,  cuando estos muchachos,  aún dormían. De pronto se sintió el ruido característico de varios carros de la policía, como anuncio aterrador de algún suceso. Al tocar a la puerta de la casa, ubicada en Aguilera No. 860, se asoma asustada la madre, Pilar Pérez Lescay, y acto seguido irrumpen en el recinto. El más comprometido, Sergio, se oculta en el sótano, y el más pequeño de 14 años,  llamado Ramón, se cubre detrás de un barril. Al no encontrar al más comprometido (Sergio) hacen por retirarse, pero, según parece, una delación los lleva a descubrirlo. En acto irracional y feroz se llevan a los cuatro hermanos, y suman a Marcelo, el primo que vivía a solo dos casas, en Aguilera 864.

Días tras días la madre se personaba en el Cuartel Moncada para saber de sus hijos, hasta que un militar comentó frente a ella, “todos los días viene y no sabe que los mataron”; cayó desfallecida. Después se conoció que, ese mismo día, a Sergio y Melquiades lo habían destrozado con torturas horribles: les sacaron los ojos, las uñas, machacaron sus genitales y les enterraron hierro caliente hasta asesinarlos; a los dos restantes y al primo los habían ametrallado igualmente.

 Luego pudo comprobarse que las torturas a los dos primeros sucedieron en las mazmorras  del cuartel Moncada y a seguidas los tiraron, ya moribundos, en el Camino Viejo de El Cobre. Cuentan los vecinos que los esbirros cercaron el lugar para que nadie acudiera a ayudarlos y que hasta la madrugada sintieron quejidos de dolor. A los dos hermanos restantes, Conrado y Hernán, y al primo Marcelo les propinaron golpes en las celdas y  después, ese mismo día, los asesinaron a tiros en la finca La Ratonera,  poblado de Baire

Pilar había tenido 8 hijos, 5 varones y tres hembras, entre los cuales perdió cuatro, masacrados a sangre fría, por mantenerse firmes y no delatar a sus compañeros. Ellos y el primo estaban “fichados” por rebelarse contra la dictadura sangrienta. Sergio y Melquiades habían participado en la huelga de abril y en el entierro de Frank. Los otros tres también tenían participación en la lucha clandestina. Esos eran sus “delitos”,  querían un futuro mejor para su Patria. ¡Cuántos sueños arrancados! Eran apenas niños que aspiraban a crecer en un mundo libre de odios, estudiar, tener novias, hacer familia, vivir…

17 de abril de 1958 testifica ante la historia este horrendo crimen, que como otros muchos, los cubanos no olvidaremos jamás. Han transcurrido 65 años y la prima de los muchachos, Elina Ruano Marañón muy pequeñita en aquel  entonces, aún no puede evitar las lágrimas, ni que la abrace con igual dolor.

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Joel @ No todo está perdido
abril 11, 2024 at 1:44 am
Son los jóvenes quienes, en mayoría, llevan el mayor peso del quehacer cotidiano del país. Así ha sido siempre. No…
El secretismo no es política de estado, sin embargo, hay directivos en entidades que lo practican...
Hay que adelantarse a los acontecimientos. La ingenuidad en la comunicación, cuesta.
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