En estos mismos momentos, el caballo que montó Martí se dirigía hacia el grupo consternado; venía sin el jinete y chorreando sangre. Gómez buscó con prontitud a los más conocedores del campo para arrebatarles el trofeo a los españoles; pero estos, que habían identificado el cadáver de un modo inequívoco, por las manifestaciones de un oficial que conocía a Martí y por varios objetos que le hallaron encima, cartas y documentos, forzaron la marcha de retroceso para que la agresión de Gómez no les cogiera en el camino más peligroso. Jiménez Sandoval, jefe de la columna, dejó un papel a una mujer anciana que halló al paso, en el que escribió, entre signos masónicos, estos dos nombres: Jiménez Sandoval.: –José Martí.:– y le dio este recado verbal: «Dígale a Gómez que si Martí cura se lo devolveré, y si muere le haré un buen entierro». Aunque nada hay ya que tenga interés después de la sorpresa de la catástrofe, es conveniente señalar estos últimos pormenores para que la verdad histórica no sea jamás adulterada. El lugar del desastre se llama Dos Ríos por una razón de fácil inteligencia y la gran desgracia acaeció a la una de la tarde del 19 de mayo de 1895; era domingo.