Por Cristian Alberto Silva Reyes Estudiante de Periodismo
El anuncio del expresidente Donald Trump de revocar la decisión de Joe Biden de sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo representa un retroceso en las relaciones bilaterales y reabre heridas del pasado que se creían en vías de sanación. Esta medida, tomada en las primeras horas de su mandato, no solo revierte una decisión del gobierno anterior, sino que también envía un mensaje contundente sobre la dirección que tomará la política exterior estadounidense hacia la isla.
La inclusión de Cuba en esta lista, considerada infamante por muchos, acarrea importantes implicaciones económicas y diplomáticas para la isla. Implica restricciones en el acceso a financiamiento internacional, dificultades para realizar transacciones financieras y un deterioro en la imagen del país en el escenario mundial. La decisión de Trump, lejos de contribuir a la estabilidad regional y al bienestar del pueblo cubano, parece estar basada en una visión ideológica y una retórica polarizante.
La medida revive un debate que parecía superado: ¿Es Cuba realmente un país promotor del terrorismo? Los argumentos presentados por quienes respaldan esta decisión suelen centrarse en el apoyo histórico de Cuba a movimientos de izquierda en Latinoamérica y en su presunta relación con organizaciones terroristas. Sin embargo, estas acusaciones han sido ampliamente cuestionadas por expertos y observadores internacionales, quienes sostienen que Cuba no representa una amenaza terrorista actual y que su inclusión en la lista responde más a intereses políticos que a una evaluación objetiva de la situación.
Esta decisión del presidente a solo pocas horas de iniciar su mandato es una señal de que la retórica de mano dura y el aislamiento serán la tónica de su política exterior, un enfoque que en el pasado no ha dado resultados positivos en la región. El camino para la construcción de relaciones bilaterales constructivas y basadas en el diálogo exige un abandono de los prejuicios ideológicos y una visión más pragmática y realista. El pueblo cubano, que ha sufrido las consecuencias de décadas de embargo y tensiones, merece una oportunidad para construir un futuro de paz y prosperidad, y no un regreso a la hostilidad y al aislamiento.
La comunidad internacional debe levantar su voz contra esta medida que reabre heridas del pasado, y apostar por el camino del diálogo y la cooperación.