Santiago de Cuba, 18 junio.— En Santiago nació una heroína que heredó la rebeldía de su ciudad. Los contrastes de la urbe se calcaron en el alma de una mujer de acción y pensamiento, sencillez, elegancia y fortaleza. Su voz de ángel estrenada en la coral de la Universidad de Oriente cambió melodías para convertirse en Deborah, combatiente clandestina, guerrillera del II Frente Oriental, fue ella música en la sierra.
Es el suyo un nombre asociado al significado de la protección, qué mejor calificativo para nuestra Vilma, guardiana y bienhechora de su familia, luchadora incansable por reclamar un papel activo e igualitario de las féminas dentro de la sociedad.
Fue su sonrisa luz en los tiempos más difíciles de la Revolución, acompañando todos los procesos, hermanada en conceptos de amor al prójimo, a la patria, al esposo con Mariana Grajales.
Estuvieron sus años terrenales dedicados a servir por eso la inmortalidad se ha hecho para ella, es la eterna presidenta de generaciones de cubanas, forjadora de sueños de trabajadoras y sus proles, dueña de la alegría de los círculos infantiles.
La muerte la devolvió a las estribaciones de la montaña de Mícara, a ese Santiago que la fabricó para estandarte de todas sus virtudes y que ella, en retribución convirtió en sitio de libertad.