Santiago de Cuba, 9 oct.— El poeta frustrado, como el mismo se llamó, el lector insaciable era también un apasionado de los deportes.
Su primera hazaña la contó en carta a la tía con 5 años: «ya se nadar», decía con faltas de ortografía tras aprender con la madre como terapia contra el asma.
El padre lo tenía como un excelente jugador de golf en los cercanos campos de la ciudad de Alta Gracia. Y las piernas fortaleció en montañismo y motociclismo por los cerros cordobeses. Por esas fechas también incursionó en boxeo, ping pong, y tenis.
Años después se conocerían de sus habilidades en el tiro, y su pasión por la pesca y el remo, mientras se hizo muy popular su pasión por el ajedrez y el fútbol.
Como futbolista fue contratado con Alberto Granados por un equipo de constructores chilenos y gracias a eso llegaron a Perú y al leprosario de San Juan donde hubo un partidazo como terapia a los internos y regalo de su cumpleaños 24. En Colombia los contrataron a ambos para entrenar un equipo local y cuando iban perdiendo, como era costumbre para el conjunto, Che y Granados entraron al juego y sorprendieron con la victoria.
Ya con los grados de Comandante el ajedrez fue su deporte de cabecera. Admiraba desde Argentina a Capablanca y le había hecho tablas al compatriota Najdorf, cosa que repite porque el Che puso el ajedrez de moda en Cuba y propició los eventos Capablanca in Memoriam. Lo mismo hizo campeonatos en el Ministerio de Industria que jugó con los maestros soviéticos Victor Korchnoi y Mijail Tal que venció al maestro nacional cubano Rogelio Ortega.
Al cabo de una vida de 39 años Che y deporte se pueden escribir en la misma oración, sin faltas ni de ortografía.
