Con esta remembranza rindo homenaje a este fantástico ser, que dice desde sus raíces todo un canto a los antepasados, desde el cagüeiro, el güije, la ciguapa, el batey, el ingenio y tantos otros que viven eternamente en nuestra africanía
Santiago de Cuba, 24 nov.— Muy joven aún Alberto Lescay Merencio se declaró un cimarrón por derecho propio; para el artista esta palabra significaba rebeldía y libertad. Por supuesto, es su esencia, desde la primera obra que presentó allá por los años de 1960, titulada «Una carga al machete».
A partir de entonces, el terruño natal sintió que este hijo lo interpretaba con su creación: escultor, dibujante, pintor, e iniciador de la Fundación Caguayo para las Artes Monumentales Aplicadas. Mucho se ha dicho de él. El desaparecido poeta Jesús Cos Cause, escribió en 1998 que sus lienzos, cartulinas y esculturas tienen mucho de leyenda. Ha logrado, a golpe de talento y de trabajo, convertir su arte en un icono e idioma: el don que lo acerca a lo genial.
Cuando inauguró en el Centro de Estudios Maceístas un busto del Titán de Bronce demostró profundamente que siguió las huellas de sus primeras piezas; la ciudad está marcada por la impronta lescayana: Monumento al Cimarrón, en el poblado de El Cobre; la figura ecuestre de Antonio Maceo en la plaza de la Revolución; el Jardín del Amor, en el teatro Heredia; monumento a Maurice Bishop, en la Casa del Caribe; Mural Cerámico en la Universidad de Oriente; el busto a José Martí en la Avenida homónima y la escultura de Ernesto Guevara en el museo Emilio Bacardí.
Cuba y el mundo también tienen la impronta del santiaguero desde el monumento al Espíritu Guerrero, en Puerto Cabello, Venezuela; Monumento al Neg Mawo, sobre un diseño original del artista martiniqueño René Corail, en Le Lamentín, Martinica; Escultura del Che Guevara en Ciudad de La Habana y Monumento a Rosa, La Bayamesa, en la provincia de Granma.
Con la visión del escultor, Maceo emerge y galopa a todo lo alto; el Che se desprende con firmeza del fondo americano y el Cimarrón extiende su mano para detener el látigo.
El pintor va al alma del santiaguero y del caribeño: piezas como Mackandal, Ascenso, Vuelo del Tambor y Encuentro, definen al arte como su acto de amor (un viaje a partir de la tierra, la sangre y el fuego, elementos cruciales de nuestra cultura), y resumen la vida en esta parte del mundo.
Su obra se mueve hacia lo enigmático, con la madre África inserta en la raíz de matices fuertes y juegos de colores. El artista reconoce que su labor se desplaza dentro de un gran contraste, «de momentos violentos a momentos de lirismo».
El santiaguero trabaja vital y seguro con diversidad de técnicas, líneas sueltas y trazos de amplio espectro cromático, lo que le otorga a sus pinturas notable energía y dramatismo.
Con esta remembranza rindo homenaje a este fantástico ser, que dice desde sus raíces todo un canto a los antepasados, desde el cagüeiro, el güije, la ciguapa, el batey, el ingenio y tantos otros que viven eternamente en nuestra africanía.
Hoy en sus 50 años de intenso bregar, expuso sus “Eros”, una muestra de pinturas y esculturas en la Galería René Valdés Cedeño, ubicada en la Avenida Rafael Manduley, de Vista Alegre.
La vocación de búsqueda introduce a los seres humanos en un mundo donde el crepitar de llamas se vuelve gigante; torbellinos, fugas y sutiles mutismos tocan los sentidos, mundo de desafío a lo fantástico y conocido. Memoria del artista que rinde homenaje en cada puesta, a la libertad suprema del cimarrón.